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- 98-

y que nos hacen recordar -

aunque sin su ro–

manticismo encantador, -

a las serenatas bilin–

gües de los troveros medioevales, que combinaban

con idiomas bárbaros y latinos, su treno sentimen–

tal:

''Amañapis munahuaicb.u ,.,

Ya después que me has querido

'' .Piñatachus ckechuasunchacc''

.E'l gusto que hemos tenido.

'' Champunima casckauquecca''

Cor-azón de "uchu morocco ••

lEtn tanto llorar por vos

Ha ta el ojo tengo '' ttocco ".

mú ica, la :lluerza

e la conquista fué de ma-

re ercusión. Su in trumental sufrió una ver–

d a:

r forma . La ' ' q(j{uena", el "pinqquillo", la

'

( e

ohana'', no respondían a la tónica, porque el

número de sus orificios variaba entre dos

y

cinco.

De ahí que las sonatas primitivas de quechuas

y

aymaras, que aun se conservan inmodificadas, no

ofrecen ninguna variación fuera de su monótona

cadencia. La flauta de siete notas fué una reve–

lac)ón. Sobre esta conquista musical

y

con la ba–

se del sentimiento propio del país, crearon los

in–

dios la música montaraz, honda, grave, sentida,

que arrastró a un poeta español a este bello liris–

mo : '' las sombras de cien siglos sollozan en la

qquena".

¡Y

.

a fe, que iniciados en el secreto musical, mu–

eb.as

cosas pudieron decir por sus chifles aquellos

in

dios! Con la "pututa" recorrieron los campos