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<mitades de convivencia
y
de reducción. Ei "huaca–
tocori' ', que se baila en algunos cantones y luga–
rejos, es una parodia de la corrida de toros, como
fué la danza de los gigantones y tarascas, repro–
ducción de ciertas alegorías bufas usuales en deter–
minadas regiones de •ESpaña.
S~
buscaba en el es–
parcimiento exótico, la fórmula
p~rsuasiva
para
utilizar o disimular el vasallaje de las encomiendas
y de la mita. Se llegaba al trabajo y a la religión
por medio del arte. E!n el baile denominado ''dan–
santes' ', se ensayan pintorescas escenas del evan–
gelio. Una de ellas se relaciona con e1 triunfo del
arcángel !Mliguel sobre Satanás. Terminado el sim–
bolismo, que suele '' oficiarse ''' con religiooa unción,
bailan todos juntos con ve,rdader.q Tegocijo.
Esta
es una de las danzas que ha supervivido en toda su
primitividad, pasan<llo de "nd'gena al mestizo ue
la ejecuta en determinadas fes ividades religiosas.
El cancionero po u ar ha experimentado, a su
vez cambios f
amenta es, marcados por la in–
fluencia española. El _gjlechua es un idioma tan ex–
presivo que con pocos vocablos se puede expresar
los más vivoo y variados sentimientos. Su onomato–
péyica es riquísima.
Es
lleno de concisión y elocuen–
cia. 'Derrocha el afijo como medio de dar gracia,
extensión
y
seguridad a las frases. Es fonético por
excelencia. Pero, con todas estas calidades que ha–
cen del quechua uno de los idiomas aborígenes más
interesantes, necesitó del auxilio castellano para ex–
t ender su dominio, sobre todo en su forma rimada,
donde el sentimiento suele necesitar del recurso de
la di aléctica y del giro eficaz.
Transcribo
al
azar algunas serranillas, en doiJ:de
se altera la expresión quechua con la frase española