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La emigración de indios del Perú debió ser insignificante. En

cambio, del Tucumán hufon, especialmente los juries, a las minas de

Potosí o eran ahí llevados por sus mismos dueños. En

1586,

el Gober–

nador Ramírez de Velazco pedía al Rey una Paulina para compulsar

a los vecinos de Charcas y a los enc.omenderos a restituirlos a su pun–

to de origen. Sin duda provocaron todos estos factores un intercambio

que había de propender a la difusión ,del quechua. Pero más que todos

ellos influyó la 1egi1slación de los reyes.

Cuando España conquistó el Perú, descubrieron sus soldados y

misioneros que en todo ·el territorio ocupado 1por tri.bus heterogéneas

dominadas por los incas, se hablaba quechua. En efecto, desde

el

Inca Pachacuti se impuso a los v,asallos la lengua general llamada

runa-simi, generalmente enseñada por amautas y por gente de con–

fianza que se introducían a manera de cuidadores, entre las naciones

<Sojuz:gad·as.-Otra práctica suya, anotada :por Cieza de León, Garci'laso,

JI

Balboa, Polo de Ondegardo, el Padre Molina y muchos otros cronistas,

consistía e arrancar de raíz, ·de sus lares, grupos '<le indios vencidos

y

trasporta los a otro extremo del imp rio_ Con este procedimiento,

singularmente cruel

aplacaban~

si no e odio, los intentos de rebeldía

inspirados

o~l

amor al suelo. Así fueron desterrados cañaris d'e la

vecindad ae Quito al Cuzco; los aymalrás, que eran de cuna cuzqueña

·pasaron a la hoya del Titicaca; indios de Nazca lleváronse al Apurí–

mac y muchos collas a Arequipa. E'stos desgraciados proscriptos, que

habían de ser más tarde aliados de los españoles contra los antiguos

enemigos .de su nacionalidad, recibieron el nombre de

rriitímaes

y

contribuyeron sin duda alguna a crear la mezcla engañosa de voca–

blos que hoy descubren los sabios como mitimaes verbales, en los

cientos de ·dialectos desparramados en el continente americano. Usa–

ban el·quechua por la fuerza, pero conserv1aban su habla propia. Igual

cosa acontecía con sus artes e industrias. Así se explican tantas se–

mejanzas en los idiomas y en las alfarerías. Lo difícil es hoy distin–

guir entre ellas, <:manto pentenece a las afinidades de origen y cuanto

a la acción de conv·ivencias casuales.

España contaba con

tres posibilidades :

imponer el caste–

llano, conservar la lengua general esparcida· por los incas, o crear

cátedras para que frailes y sacerdotes la aprendiesen

y

enseña&3n

1a religión a los indios. En el siglo XVI, prosperaron estas ú1timas