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y de los dialectos matacos y mata.guayos, veloz, etc. acudiendo con inge–

nio al recurso inagotable de las etimologías. Pero a pesar de estos .es–

fuerzos, tanto más asombrosos cuanto que no poseía a fondo las len–

guas matrices americanas, no le fué posible establecer definitivamen–

te ilos pa:rentezcos entre ellas y las a

:scendenci.as

idiomáticas primitivas.

Unida su labor a la extensa investigación universal, puede decirse hoy

como hace siglos, que el escaso conocimiento de las lenguas del Tucu–

mán no •ha permitido esclarecer los orígenes étnicos de sus moradores.

* *

La extensa difusión del guechua, ya sefíalada, ha motivado pun–

tos de vista divergentes. Algunos indican analogías entre esa len–

gua y el kakan de los diaguitas y explican el fenómeno como la con–

secuencia natural de un oliigen común. (Lafone - Quiroga). Otro

pretende que el idiom del vencedor se extendió al coplpás de

'SU

in–

fluencia política sobre los

aíses do,minados, en relación al tiempo

que duró (Boman).

no ha faltado quien, como el señor Pa:blo Patrón,

asegurase seriamente, recordando la expedición de Almagro a Chi–

le acompañado de indios, que el quechua se insinuó en el Tucumán

•por -influencia de los yanaconas .peruanos que solía;n l'levar los con–

quistadores.

E~

caso citado fué de excepción y sólo hubieron dos ex–

pediciones importantes desde el Perú al Tucumán en el siglo XVI.

Diego de Rojas en 1543-1546 llevó algunos indios d·e servicio. La se–

gunda fué al mando de Juan N.úñez de Prado en 1550 y se S'albe que

Polo de Ondegardo no permitió por orden expresa del Licenciado Gas–

ea ,que se rdej>a;se salir indígenas de Oharcas. Villaigra y Castañeda no

hicieron sino pa·sar. Los socorros siguientes vini,eron de ,Chile guiados

por Aguirre o Juan Pérez de Zurita,

y

fuera de las

p~queñas

pa:r.tidas

de ·gente al mando de Martín de Almendrás par.a reemp'1azar a Agui–

rre, de Pedro de Arana para prenderle y de Pedro de Zárate, más

ta:I'de, para fundar un pueblo en Salta o en Jujuy, las únicas tropas,

siempre escasas, que bajaron desde el norte al Tucumán en el siglo

XVI, fueron las que acompañaron a los propios gobernadores.