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R. CÚNEO -VIDAL

mostración de que la hegemonía ejercida hasta ese instante por la

ciudad de los Muertos Sentados había pasado a sus propias manos,

y para que aquella adquisición de un predominio civil y sacerdo–

tal no tuviese vuelta de hoja, aniquilaron los palacios, los adora–

torios, los arcos y las restantes preseas de la dominación so–

juzgada.

. Aquel presente sembró sal, como quien dice, sobre aquel

pasado.

Desde aquel instante, queremos decir de§de el instante de la

traslación de las sagradas reliquias que hicieron de Tiahuanaco

una suerte de Jerusalén peruana de la antigüedad, la península

de Tiquina cobró el oropel hierático, el prestigio litúrgico, el vaho

de

~ilagros

que años más tarde, tomando rumbo de lo sabeístico

a lo cristiano, culmiriarqn en la

vene~ación

de la portentosa

Ma–

mita,

a cuyos pies se humillan las turbas del viejo Collao, llevando

en su fuero interior las añoranzas entrañables de su linaje; la

portentosa imagen , deai os, allende la cual aquellas almas sedien–

tas de un ideal que acaso no acertarían a definir si lo intentasen,

vislumbran la estela no apenas perceptible de la antigua nacio–

nalidad...

Esto que acaba de leerse es el fruto del viaje que hicimos a

fines de 1897 a las ruinas famosas de Tiahuanaco.