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donde se nos podría hacer la luz sobre la vi–

da social. modo de ver las cosas

y

sobre la

verdaderas

inanifestaciones culturales del

Hombre de la América de aquella época re·

inota. Un manto muy espeso cubre todo eso;

no hay tradición escrita, únicamente pudie–

ron divulgarse las inen tiras de u nos indios

decadentes o inestizos de poca moral que han

tergiversado y pintado de otro color la verdad

sin legarnos lo poco que real y verídica1neu·

te sabían. Nos quedan los inonumentos, el

Folklore actual, las cerá1nicas, las ideogra–

f

ías y especialmente los cráneos que bajo el

craneómetro saben revelar algo. Todo el res–

to, meras suposiciones

y

meros puntales de

poca resistencia y utilidad para un estudio

verdaderamente serio.

Que en este coutinente habían flujos

y

reflujos de pueblos contin uame;n te desde re–

motísiu1os tiempos y acaso como en ninguna

parte del globo, se evidencia por la enorn1e

cantidad de grupos de razas y sub-razas que

aún mezcladas viven y por otras

de~apareci­

das, cuyos esqueletos podremos estudiar cuan·

do se escave e investigue

~on

método.

Por todo lo expuesto dejemos a un lado

la pretensión de querer sacar por los p9los

sucesiones genealógicas incaicas, o dar, como

ha hecho Ainsworth Means, sobre la base de

relatos de los cronistas del pasado tiempo

hasta cifras, cifras tan exactas como las que