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Empero, estos restos demuestran evi–
dentemeute la existencia re1notísima dB un
elernento mongol que parece haberse impnes- .
to
en
aquellos
tiempos lejanos sobra el autóc–
tono. De dónde ha invadido
y
de cómo este
elemento
extraño
apareció en Norte
y
Sud–
américa, es cosa
por ahora
enigmática;
el he–
cho
de
encontrarse
disen1inado desde
la
Tierra
de Fuego
hasta donde
habitan
los esquimales,
es un
facto que desconcierta aún
tnás
la
in–
vestigación, que en la actualidad se está prac–
ticando, para dar alguna luz en el caos antro–
pológico
de
las
An1é ricas.
Hrdlicka~
el
a ntropólogo de
la
Smithso–
nian,
parece
haber
encontrado en su último
viaje
al
Asia, evid entes puntos de contacto
antropológico entre acá
y
allá; pero, aquí se
complica la
cue¡;:; tión.
¿Cómo
aportó
en masa
este elemento
Etobre el
continente?
El
encuentro en los estratos de
Tihua–
nacu del
cráneo casi fosilizado por la edad e
incuestionablernente
inongol
y
de
otro~
de
la
n1isma índole
den1
nestra evidente1nente
la
existencia
entre
otras
razas,
de un
grupo con
señales típicas n1ongoloides. En
la
actuali–
dad notan1os entre los habitantes de las Amé–
ricas
una verdadera
ola mongo
l esparcida
en–
tre ellos. La
enorn1e
masa de
aqu.elelemen–
to no pudo haber a portado de
ningún
n1od.o
exclusivarnerite navegando.
Por
vía acuática
han venido, en época
relativa1nente
moderna,
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