DE LAS LENG AS AMERICANA EN PARTICULAR
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ha desconocido, pues la que cita es precisamente una de las
más genuinas y antigua del idioma. P acheco Zegarra, el más
competente de todos ellos como quechuísta, ofuscado por
Ru
tesis preconcebida, no se ha apercibido de los e pañolismos de
que está, plag·ado el texto que comenta.
Las correccione que los quechuístas han hecho en el senti(lo
· de restablecer la pureza primi iva del texto según su ideal, se
limitan á sub tituciones de palabras, achacando á la infi.cle–
lidad de sus copista los españolismos que se encuentran en
algunos textos, <lejando, empero, subsistentes otras más nota–
bles que han escapado
á
su observación. Así, la palabra
aznii.ta(asno) los uno. Ja suplen por
llamcwta,
(asno) y los otros por
atoctci (citolc,
zorro) á fiu de darle un carácter arcaico; y aun en
•esto mismo se equivocan contradiciéndose, pues
llamcwtci,
por
ejemplo, no es el nombre de la llama, sino lo qu e corresponde
á este animal, siendo la partícula
e
ante de
ta,
un acusativo
que da á esta desinencia un significado distinto, como lo ob erva
~l
mismo Pachcco Zegarra.
Si los que tal sostienen hubiesen penetrado un poco más en
·1os elementos de que r;e compone el discurso, habrían notado
que r;on frecuentes los españolismos en las inteijecciones, las
cuale no pueden alterarse ni achaca.r e al copista, porque for–
man parte integrante de Ja merlida del verso en que el drama
está escrito.
E s sabido que cada nación t iene en su lengua propia ó mo–
dificada, una exclamación distinta para expresar el dolor físico
ó moral ; y es una ilusión muy común de las naciones figurarse
que su. quejas inarticuladas corresponden al lenguaJc univer–
sal. Empero, los españoles, los franceses, los
a.lema.ney los in–
gleses, pueblos vecinos y en frecuente comunicación hace si–
glos, se quejftn de distinto modo, y hay tanta diferencia entre
el
WJI
y el
cilcis
como entre el
ach
y el
hélcis.
Con relación á lo. _ quechua. la distinción es todavía más