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RICARDO ROJ.\S

pruneros tietnpo

coloniales sobreviven en

lla. •

r–

prende, de pronto, un vocablo, un giro, que r corüa–

mos hader leído en los clásicos de la época, siglos

xvx

y

xvn. Sus conciencias profundas, en íntima comnuiún

con la naturaleza, tienen la simplicidad de la

fuerzns

elemenLales. Se experimenla

á

su contacto, el 1 nlo

trabajo de los siglos , la paciente labor de las horas ;

compréndese la misteriosa unidad de la especie

y

e

goza al influjo de esa vibración mística y poéLica. Y no

es que la raza sea retrógrada ó conservadora. El idioma,

la selva y su condición n1ediLorránea la estacionaron ;

nuevos

de~

inos ecoLórnicos la transformarán . En1pcro,

bajo la cap

ornas co tumbres, ha de correr,

por muchos

ví , lasa ia de ese espíritu regio-

nal, co1no e

e ramos de la breña permanece

inmutable

vivo cuando el otoño lo despoja Je su fo–

llaje caduco para mañana recubrirlo de fresco verdegay.

Y es que existe una influencia secular de las selvas sobre

el pueblo que hoy las habita : en ellas un hombre y un

árbol se reconocen hermanos : ambos parecen hundir

sus raíces aborígenes en la tierra común.

.Muchos han estudiado la geografía física de nuestro

país. Sabemos que ·1as crestas de los Andes lünílanlo

por el oeste; baña sus costas orientales el mar, donde

se vuelcan ríos que vienen desde lo interior de la

An1é–

rica derra1nándose unos en -otros, hasta resumirse lodos