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RICARDO ROJAS

léon en su rostro, el gesto de una majestad casi

divina. Y el toro del Saladillo, Zupay era. Sospechóse

también un pacto de éste con el dueño de la estancia,

pues los cuatreros no osaban pecorear en sus ganados

y las vacas parían con prolífica fecundidad. En cam–

bio, cuando el patrón murió, ya viejo, los vientres se

tornaron estériles, y el semental di vino desapareció del

lugar. La fa1na del Toro-Zupay cundió por la con1arca;

los años alejaron al mito de su génesis ; y com-0 siempre

ocurre con estas creaciones del alma colectiva, el

núcleo de realidad se perdió en lo

f~ntáslico,

al igual

de esas tipas que en lqs quebradas del trópico, yer–

guen sobre 1

a ron ca su inveroshnil fronda, invisible

de leña de1 r tnaj e,

ajo el florido y grácil arabesco de

la vegetación JHl-Ra:S1ta-rüa.