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EL PAIS DE LA SELVA
199
cución el otro, se trabaron en lucha. Eran baguales
y
corpulentos los dos. Amufando se acometían
á
topetazos. Se resbalaban al chocar los
cuernos~
y las
bestias, furiosas, volvían al a1nurco, rabiando de no
tener más flexibles
armas para
trenzarse mejor.
¡
Cuadro horrible I
Y mientras la diabólica tauromoquia se
consumab~
á
lo lejos, el niño, huyendo siempre, llegaba á su ran-
eho, sudoroso, jadeante de fatiga, pálido de terror,
sediento y raido. Al oirle, varios agregados de la vecin–
dad, se encaminaron al lugar de la lucha. Allí el cadá–
ver del toro colorado yacía en tierra, pintado el suelo
por coágulos <l e su sangre ; un delgado chorrito rojo
continuaba
fluy
J.
o
el trucidado vientre ; la lengua
caía fláccida
y
cetrina por nn costado de la boca ; las
pupilas reflejaban apenas en su vidrio de botella la
claridad celeste;
y
en torno del vencido, cien doloridas
vacas, la n1irada á las breñas orientales, balaban larga
y piadosamente su desventura ...
¿Recordáis aquella otra leyenda de los grieg·os, según
la cual Júpiter enamorado se transforma en un toro?
Lo sobrenatural ha preferido para sus n1elamorfosis los
seres que sugieren einoción de misterio
ó
que dan sen–
saciones de grandeza. Aquí tan1bién el n1ilo saladino,
- más hermoso aún que la fábula helénica, -
no des–
deñaba transformarse en el animal que tiene, como el