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HICARDO ROJAS
sonaba más cerca el redoblar de sus patas y el resollar
de su pecho, enredados
á
los cuernos y
á
la guedeja
hirsuta de sus crines, jirones de la breña. -
¡
Huía
¡
¡huía! ¡huía! á la vanguardia el rapaz, sin osar volver
los ojos empusí, atento sólo
á
devorar su regreso, con
el horror de quien teme, no ya perder su vida, sino
caer en los cuernos de Zupay. Le azotaban cual látigos
las ra1nas, le harpaban las espinas cual uñas, y él no
se dolía siquiera, atento del todo al eco del galope
siniestro cada vez más cercano.
Era tan rudo el zangoloteo en el
es~ape,
que se rom–
pieron los hinches, grandes alforjas de un chuse abol–
sado en los .
t
o : caía por aquí un choclo, más
allí una sandía, luego uffanco, después un inelón, mar–
cando
á
trec os la fu a. Creyó que los frutos_podrían
tentarle al perseguidor, pero ni éste se detenía, ni
acallaba su angustioso baladro. En tanto, alivianada la
carga, vareaba el potro con mayor libertad, pero -
1
Dios santo
! -
Si se aflojase la cincha ó si pegase una
roda.da, derruecando al jinete, - pobre de él
!
Ese fué su marLirio, hasta salir
á
un descampado por
la ceja del monte. Un rodeo de yacas plañía destempla·
<lamente. Se le hubiese juzgado providencial, pues al
cruzar el fugitivo, quiso hacerlo también el toro perse–
guidor y le saltó delante un toro colorado, padre del
rodeo. Ardiendo en celo este último, ciego de perse-