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RICARDO ROJAS
ellos engendrados. La teología, al par, les dedicaba tra–
tados especiales para saber si á la
cópula cum demone
de!Jían los tribunales de penitencia considerar pecado
contra piedad ó pecado contra lujuria. Y siendo su
cuerpo de
sustancia tenue
y
vaporosa, emanantes como
los perfumes por efiuvios,
-
según el P. Sinistrari, -
podían asumir formas tan bellas como falaces,
y
colarse
po1· el intersticio de cerraduras y jambas. Cuando el
diablo persigue la seducción, no se muestra como sátiro
imperioso y violento, sino con apariencias de inancebo
gallardo, ataviado de lujosos arreos. Esta parte sinies–
tra del antiguo catolicismo emigró también al mundo
americano.
Ex.ted¡éronse tales supersticiones en el
bosque,
y
1
marse c"ümo
tan~as
otras á tan extraño
de aparecieron las sutilezas de la
escolástica, sino
t0maron nuevo colorido las esce:
nas y gesto nuevo los personajes. La conciencia para–
disíaca de lf).s tierras vírgenes las despojó también del
áspero sabor que les prestase el encadenado instinto de
quienes las concibieron en la soledad de los claustros.
Viene de tan lejanas tradiciones una leyenda reco–
gida por mí en la selva mediterránea. Satán no se apa–
rece en ella á la muj er adúltera como á aquella Hyeró–
nin1a de otro relato medioeval. Para la imag'inación de
nuestro pueblo, Zupay no podía tampoco gastar la
ondeante capa española, . como en las historias de