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206

RICARDO ROJAS

cielo todo era paz, envuelto el mundo en claridades de

luna.

Y

junto

á

ella, en el cuerpo antes noble del man–

cebo, sa hubiese reconocido ahora

á

Zupay, deYuelto

á

su pristina forma de Sátiro.

Horas después, el gaucho, despertándose, observó

azorado la ausencia de la mujer querida. Incorporóse

bruscamente, y turbado, sin rumbo, sin indicios que

le aclararan el enigma, se lanzó á las tinieblas ·de la

fronda. Vagabundeando al azar, llegó

á

la fuente. Algo

pavoroso adivinábase allí.

Y

el hombre quedó espantado

al reconoc:er lo

·os _e la esposa, brillando en la paila

su pecho cor

el bosque, abatido, iracundo, sospechando un crimen,

y esperanzado en el alba, que iluminaría ante sus pasos

algún cuadro de sangre.

Antes del amanecer, regresó la pareja adúltera, y

viendo Zupay que en la fuente faltaban las pupilas,

huyó cobarde y despavorido , como temeroso de la

próxima luz.

Aban~onada

y ciega la otra, echó

á

correr

por la espesur.a ;

y

más tarde , una partida de meleros,

encontró su cadáver tendido

á

la sombra de colosales

quebrachos . En tanto, el gaucho volvió á la choza,

triste, aún en las manos las ·siniestras pupilas,

y

sin ven-