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RICARDO ROJAS
cielo todo era paz, envuelto el mundo en claridades de
luna.
Y
junto
á
ella, en el cuerpo antes noble del man–
cebo, sa hubiese reconocido ahora
á
Zupay, deYuelto
á
su pristina forma de Sátiro.
Horas después, el gaucho, despertándose, observó
azorado la ausencia de la mujer querida. Incorporóse
bruscamente, y turbado, sin rumbo, sin indicios que
le aclararan el enigma, se lanzó á las tinieblas ·de la
fronda. Vagabundeando al azar, llegó
á
la fuente. Algo
pavoroso adivinábase allí.
Y
el hombre quedó espantado
al reconoc:er lo
·os _e la esposa, brillando en la paila
su pecho cor
el bosque, abatido, iracundo, sospechando un crimen,
y esperanzado en el alba, que iluminaría ante sus pasos
algún cuadro de sangre.
Antes del amanecer, regresó la pareja adúltera, y
viendo Zupay que en la fuente faltaban las pupilas,
huyó cobarde y despavorido , como temeroso de la
próxima luz.
Aban~onada
y ciega la otra, echó
á
correr
por la espesur.a ;
y
más tarde , una partida de meleros,
encontró su cadáver tendido
á
la sombra de colosales
quebrachos . En tanto, el gaucho volvió á la choza,
triste, aún en las manos las ·siniestras pupilas,
y
sin ven-