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EL PAIS DE LA SELVA
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en ella vive todavía, por las tradiciones de esa raza
cuyas extrañas leyendas aprendí en la niñez.
Una de las estancias del país, fué cierta vez alarmada
por la presencia de un tigre. El diseminado chocil se
dispersaba en la breña : aquí un puesto, más allá un
, negocio, lejos el rancho de un peón. El" peligro común
reunió á sus moradores, pues la fiera andaba por la
espesura cercana. Quedaba rastro de su paso : tal cerco
aportillado ; un caminante herido ; el sello de su garra
en el fango ya seco ; varias ovejas muertas, de las que
ni siquiera bebió la sangre, co1no en abuso de cruel–
dad ... La vísp ra pa
e.e'
a
aber llegado hasta las casas,
pues un muchacho ._ te1nblorosas la voz y la persona,
-
avisaba á lo- adult
allí presentes :
-
Sí ; anoche estando yo despierto lo he sentido
bramar al otro lado del río.
Deliberaban si no sería un tigre cebado, como lla–
man al que habiendó probado carne humana una vez,
la prefiere
y ·
hace de ella su prtsa.
Y
el rapaz agre·
gaba:
-
Se oyó también tropel de haciendas en el inonte;
relinchos
y
brincoteos en el corral ; b,alidos en el chi–
quero : las ovejas lloraban de miedo como criaturitas
asustadas.
Al saber estas revelaciones, todos quedaron estupe–
factos, hasta las gauchos que brabuconeaban próxi1nas