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EL PAIS DE LA SELVA

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unió

á

los suyos, inontaron de nuevo, y siguieron e

rastro revelador.

Llegó hasta una pequeña loma sola donde encorvá–

base un tanto el suelo siempre llano, pern1itiendo con–

templar sobre el monte, como un océano, el moteado

panoran1a de las copas belmares. Era una vieja tapera,,

cubil del tigre ahora. Había una choza en n1edio, y u°'

l

paloapique en torno, acorralando el lóbrego recinto-,

donde se amontonaban cráneos y fémures deshechos,.

carnes y ropas desgarradas. Silencio

y

soledad solemni–

zaban el paisaje. En aquel momento insurgía el sol tras

de la arboleda, entre glorias de púrpura. Esto debió

1

cazador; vacilante hasta allí ,.

imo traspuso el umbral del seto.

Detúvose nuev

>"

utg

á

la.::i

puertas de la n1ansión

fú–

nebre, cuando asomó tras del quicio, arrastrándose con

pena, una cabeza humana, cuyo cuerpo se perdía en la

penumbra interior. De su pecho goteaba sangre, y sus

labios, con palabras dolientes, imploraban piedad.

-

¡

Es el runa

!

musitó el gaucho, como si hablara

consigo mismo. Y el ex-uturuncu, entonces , le ofreció

Ías

riqueza~

acumuladas, botín de sus matanzas, si le–

dejaba la vida; pero el cazador, que ya sentíase vence-

,

dor del misterio, descargó un trabucazo formidable

sobre . la cabeza del indio. Y se volvió á la estancia,

llevando este nuevo episodio del mito selvático cuya

fiereza inteligente y fecunda ha inspirado tantas leyen–

das en la tradición americana.