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EL PAIS DE LA SELVA
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gifero, el lazo, el hacha, la pica, el trabuco ... Oh, con
todas ellas, que descuidaran lo demás
l
Eligió entre los jóvenes dos ayudantes, y sin que
subiera el sol más alto, emprendió su jornada hacia el
naciente.
Iba entre la enmarañada fosca de espinosos arbustos
y troncos centenarios, tarareando los aires de la región
ó monologando con sus canes, puestos ya sobre el ras–
tro de la fiera.
-
¡
Si el utruncu resultara un runa
l -
cavilaba,
rumiando vieja
supersticio?os le
reminiscencias, y aunque temores
encuentro se conrp ie
Tras muchas41o as
El bosque se anegó
·naran,
la idea de se1nejanle
b_a de salvaje fruición.
e vagar sin éxito, pasó la tarde.
e tinieblas. Resolvió detenerse.
Un silo de abandonadas viscacheras,
y
ramas y árboles
al par, convirtiéronse en huta. Acezantes los galgos de
fatiga, tendiéronse á dormir. Habían desensillado ya,
cuando un himplido estridente repercutió en la noche.
· Acomodó .en las hierbas pellones y recado, simulando
con
~llas
alguien que duerme. Los compañeros se reti–
raron á esconderse. La cabalgadura, 'sudorosa en los
jarretes, comenzó á tiritar desde las verijas hasta el
belfo. El hombre, tembloroso también por la sorpresa,
corrió á ·ocultarse en la huta, á cuyo dintel llameaba
una fogata encendida. No la apagó el valiente; por el