![Show Menu](styles/mobile-menu.png)
![Page Background](./../common/page-substrates/page0209.jpg)
EL PAIS DE LA SELVA
191
desazonaba aquella abrita
! -
y osó, movido de curio–
sidad, olvidado de su tarea, asomarse hasta el centro
del singular recinto oculto en los redaños del monte :
-
un agujero redondo se internaba en la tierra. El
hombre se apeó de su caballo para acercarse
á
espiar
dentro del antro cuya boca derribaron las lluvias,
y
un
sótano lúgubre abis1nó como en siniestro vértigo sus
' ojos. Batido fang·o embadurnaba el dintel de la eueva :
sobre él se retorcían gigantescas serpientes que se desr
!izaban al fondo de tan lóbrego silo, iluminado
á
ratos
por resplandores de azufre, como un báratro de tor–
menta por relámpagos mudos ...
Y cuanto '
riese, no era sino una de las estan-
cias sucesiv
e
á
medida que se desciende al
orco, las "pru
ti
:s
se hacen inás cruentas para aquila–
tar la adhesfün del n ófito. Demasiado lo valen esos
bienes que se le ofrecen al término : la nicromancia, el
placer, las riquezas, el rayo de luz que el peregrino de
los círculos nefandos hallaba al fin de sus dolores.
Allí penetra el blasfemo : encuentra primero á Cristo,
indefenso y crucificado :
á
él debe escupirle; se apa–
rece después la Virgen, á quien abofetea, ratificando
de sacrilegios su pacto con Zupay. Dejó á las puertas
sus vestiduras, y al avanzar, desnudo, á lo más recón–
dito de la .diabólica süna, -
donde se le ha de enseñar
la danza, la
medici~a,
la
mag.ia, la música, -
ve salir
á su encuen tro legiones de ofidios y batracios : escuer–
zos hinchados le miran con ojos apopléticos ; ampala-