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EL PAIS DE LA SELVA

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desazonaba aquella abrita

! -

y osó, movido de curio–

sidad, olvidado de su tarea, asomarse hasta el centro

del singular recinto oculto en los redaños del monte :

-

un agujero redondo se internaba en la tierra. El

hombre se apeó de su caballo para acercarse

á

espiar

dentro del antro cuya boca derribaron las lluvias,

y

un

sótano lúgubre abis1nó como en siniestro vértigo sus

' ojos. Batido fang·o embadurnaba el dintel de la eueva :

sobre él se retorcían gigantescas serpientes que se desr

!izaban al fondo de tan lóbrego silo, iluminado

á

ratos

por resplandores de azufre, como un báratro de tor–

menta por relámpagos mudos ...

Y cuanto '

riese, no era sino una de las estan-

cias sucesiv

e

á

medida que se desciende al

orco, las "pru

ti

:s

se hacen inás cruentas para aquila–

tar la adhesfün del n ófito. Demasiado lo valen esos

bienes que se le ofrecen al término : la nicromancia, el

placer, las riquezas, el rayo de luz que el peregrino de

los círculos nefandos hallaba al fin de sus dolores.

Allí penetra el blasfemo : encuentra primero á Cristo,

indefenso y crucificado :

á

él debe escupirle; se apa–

rece después la Virgen, á quien abofetea, ratificando

de sacrilegios su pacto con Zupay. Dejó á las puertas

sus vestiduras, y al avanzar, desnudo, á lo más recón–

dito de la .diabólica süna, -

donde se le ha de enseñar

la danza, la

medici~a,

la

mag.ia

, la música, -

ve salir

á su encuen tro legiones de ofidios y batracios : escuer–

zos hinchados le miran con ojos apopléticos ; ampala-