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EL PAIS DE LA SELVA
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noches del invierno, la finca deshabitada y sin el bu–
llicio de nuestra visita veraniega, sentíase llegar de esa
espesura, las vibraciones de una música insólita. No
fuera más dulce el canto de los arcángeles -
nos refe–
rían -
ni más claro el laúd de los serafines. Aquellos
sones partían, no obstante, de cavernas ocultas en la
tenebrosa n1araña, silo que nadie confesara haber visi-
tado, porque Zupay -
Satán, -
bien lo sabía el ho1nbre
del relato, -
ciérnese victorioso en la cueva desco–
nocida. Y ese canto, según atávicos initos, provenía de
una orquesta diabólica ... No; no era el viento convir_
tiendo la fronda en órgano maravilloso ; era los tonos
de los instrtpnen os regionales, flotando sobre el típico
guirigay de la-s
lJa-
nales nativas. Era la percusión
,,.
cadenciosa de ·n
tetracordes vio ines, el acento de sus arpas tañidas por
manos sobrenaturales. Esa onda sonora que manaba
más allá de la vida ... más allá de la noche ... más allá
.de la !:elva, -
traía, tal vez, al soplo de las syringas
antiguas, el canto de las .cornamusas pastoriles, el sus–
piro de las líricas violas, el clamor de los cobres gue-
1Teros,
y
vihuelas
y
albogues,
y
crótalos, y rabeles,
montando todo en esa música jamás oída, que parecía
comunicar á las tinieblas, á las astros, á los corazones
y
los árboles, su temblor sollozante ...
Este eco sobrehumano surgía de la obscura Sala-