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RICARDO ROJA'
vociferar de piélagos.
Á
ratos se
ncendía un niml u·
con explosión de algodón pólvora,lumino a y muda pu .·
el frag·or del rayo no lo veíamos. El viento que no d
jó
d
soplar, agitó durante la noche el <lepó ilo vacio, al oll'o
lado de los rieles, -
donde según la superstición popu–
lar moraba el alrna de la victima. Naturalmente qu
l
huracán sinfonizaba en esos tubos de entrecerrada:
puertas y tales teclas de cinc. El ruido en verdad sobre–
cogía, pues brotaban del recinto voces
lastüncras,
palabras confusas y prolongados ayes :
-
¡Su .... Dios lo recoja en su gloria, -
dijo una
vieJa.
El señor no sabrá ... agregó un tercero.
s ele andar
el
á
ana del finado
f~ancés
1
Con todas estas vicisitudes que el hombre de las el–
vas imagina más allá de la muerte, no la temen sin
embárgo, · sobre todo si hubiesen llevado una vida
honesta y regular. Todos lloran generalmente en Lorno
de los cadáveres adultos
y
plañen junto á ellos, en la
noche de los velorios cánticos laslimeros. Pero los bue–
nos la reciben con estoicismo, sobre todo en la guen« :
asi se explica uno las grandes inn1olaciones colectiYa
de nuestra historia. Hasta hace poco vivió en el Sala<l
el Runa Félix, hombre de mundo, aventurero
y
locuaz ,