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EL PAIS DE LA SELVA
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que gozaba de justísimo ascendiente por su talega
generosa, por su belleza varonil y por el garbo que
perpetuaba e.a ella el indumento de los antiguos gau–
chos . A1naba el Runa á su caballo con amor del alma y
e uídaba su montura tanto como sus prendas de vestir.
Sintiendo llegar su último instante, septuagenario ya,
i'e despidió con la serenidad de un patriarca á quien
la muerte no azora, y al manifestar sus mandas, la
,
principal de todas fué que la noche del velorio, ensi–
llado su flete lo mejor que pudiesen, lo tu vieran junto '
al cadáver. Así se hizo, y fué de contemplar el espectá–
culo insólito : junto á ese cuerpo yerto que rigió su vida,
tri ste1nente alu bra
ahora por las velas, mirábale
el caballo qe tal suec
t ,
que parecía aguardarle para
-
emprender el vi ·
don e no se vuelve jamás.