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RICARDO ROJAS

manca, -

que no eE!, por cierto, la

Zupaipa huasin,

la

casa del Demonio, demasiado lejana de la Selva; -

ni

algo á la suerte del Sabbat medioeval, donde hechiceros,

íncubos y súcubos, entregábanse en ronda obscena,

á

los más bestiales desenfrenos del pecado. Es, ·por el

contrario, una especie de asamblea docente realizada

en cavernas terríficas, donde los hombres van á beber

en la fuente impura de las sabidurías infernales. Allí

las almas que han pactado con Zupay, hallan la clave

de la vida, la ciencia de la carne, los secretos del mal.

Allí aprenden las inedicinas que sanan el cuerpo, los

eróticos filtro que hacen llorar al corazón; allí desci–

fran el Zod

0c

e.

os destino$, la clave de los benefi-

cios; enséñ

i

L~

danza, cuyo gesto fuera ritn10

sagrado p

"

~e

ia dionisíaca ; y la inú?ica, en

fin, cuyos acor e

1

gaban

á

los dolores de la tierra

sobre el vasto paYor de las selvas nocturnas.

Después de varios años, he procurado, en la propia

rC'gió-q. de aquellos bosques, renovar la fantástica visión

de la infancia, pero la musa miliunanochesca no res–

pondía ya. La ausencia y el tiempo largos me devolvían

casi extraño para quienes pudieron referir al niño sus

ingenuas historias. · El pobre liberal de las aldeas las

relataba con desdén, y sin esa tímida credulidad que

constituye su mejor encanto. Los campesinos, por su

parte, fingían ignorarlas, recatándose con afán.