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EL PAIS DE LA SELVA

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detenido en la estación anterior por

per~ance

que le

ocurrió á la máquina. Esperábamos ese tren para seguir

adelante ; pero la inesperada peripecia nos obligó

á

pasar largas horas de la noche en la misérrima esta–

ción de tránsito, cuya soledad agravaba una gran tor–

menta que se desencadenó simultánearnente. Rodeaban

la ,estación algunos ranchos ; pero ni esos existían

cuando se inauguró la vía. Perdida en medio del

desierto, fué su prünero y único habitante, el jefe,

encargado _de todo el movüniento de tráfico y corres–

pondencia. Era francés de origen,

y

la jiba que cor–

covaba en su lomo, no fué suficiente amuleto contra

la desventura d . s

fin. Cierta noche asaltaron su

pieza unos ba11di o

~ ~

ánimo de saquear la caja que

su error imagi-naba e

ta

e oro, y para consumar su

propósito, le as e--smaron obardemente al pobre solita–

rio, cosiéndole

á

puñala as que se contaron hasta

diez y ocho. Los años trascurridos desde el trágico

suceso, no habían borrado su recuerdo, pues al con–

trario, el horror del crimen por tiempos revivía en las

supersticiones locales. Lo tempestuoso

y

lóbrego de la

noche,

pare~ía

evocarlo en la mente de los otros que

espe~aban

el tren. La noche era un continuo relampa–

guear siniestro. Los rayos abrían con su ' tajo de

1

uz el

vientre.de

las nubes, perdiéndose después, con sesgo

de vira roja, tras el bloque tenebroso del monte.

Reso~

naba en la bóveda oscura, el persistente estrépito de los

truenos, con su traqueo de convoyes en n1n.rcha y su

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