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RICARDO ROJAS

Porque no alcanzarán las correas.

¡

Oh

!

eso se r e1nedia, sobrino ...

Vea, tío, aquellas nubes pardas ...

¿Qué

tienen?

¡

Y

o creo que ya viene la tonnen ta

l

Decía el zorro con tan hábil sünulación de desespe–

ranzas

y

con<luelos, que el

TigT~,

con los pequeños tan

feroz, temblaba ante el anunciado azote providencial.

Entonces le propuso el Tigre que le atase con esas cuer–

das,

y

él le salvaría en sus b razos . Le hablaba á su

s obrino con el afecto de los prin1ero_s días,

y

le pal-

1neaba el hon1bro con la garra, co1no hacen los pode–

.tan de los débiles ... Juan acepló la

idea con air

·ente abnegado. E l Tigre se empinó

contra el ár

ad

en corvetas lo es trechó fuerte-

mente con un brazo, dejando el otro libre para salvar

al zorro. Éste comenzó á envolver su lazo haciendo un

solo rollo de tronco

y

felino;

y

cuando lo hubo apri–

sionado inseparablemente, se apartó unas varas ...

Sonreía ..,.

Aquella .mueca leve, era el úni co gesto de su triunfo.

Saboreaba su victoria sin alharacas , en el silencio que

cuadra á las grandes almas. Toda la estirpe se rebullía

en esa risa, Yiendo cómo la a stuci a era más eficaz que

la fuerza ... Sacó algunas presas de la vaca,

y

avíandose

con ellas para jamás volver, dirigió su mirada al Tigre

que lo aguardaba sin compren der aún;

y

algunas frases

irónicas fueron sus palabras de despedida :