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RlCARDO ROJAS

cuando lo dijo así, buscando para el símil de su diti–

rambo las cosas que dan la forna, el aliño, la vida, el

esplendor,

y

que, sin duda, cobraban raras magnifi–

cencias en la imaginación del poeta ciego. Las pupilas

del viejo, sin luz como las de ciertos mármoles célebres,

manifestaban en sombras la emoción ;

y

al par su

anhélito jadeaba :

Ya se ha muerto Absalón Rojas :

Nosotros qué hemos de hacer?

Lloraremos t odos juntos,

Doblando

á

la muerte d' él.

Él se ha marchado

á

la tumba,

Nosotros

á

la orfandad,

N

h

~o

a o

el

t esoro

L

1

r

t

n

sin pi edad.

1

kac

y

vagaremos

-1

m

t

silencioso,

Llorando de noche

y

día

Sin encontrar un r epo so.

Ya no nos lla1nen rojistas,

Pues qu'ese hon:ibre se acapó :

Llamenos la hoja marchita

Que d 'esa planta cayó.

Nuevo intervalo aquí;

y

tras metálico punteo, repitió

la octava inicial. La dolorosa cadencia de los actosílabos

evocaba imposibles reminiscencias de Manrique, hasta

por el nú1nero estricto de las estrofas

y

el ritmo dulci–

ficado por la música... Los recuerdos personales, la

tarde que ensombrecía los campos, el aron1a silvestre

de un huerto vecino, el cantor añuscado por la pena

y

la