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RICARDO ROJAS
Todo verso es
intradu~ible,
y
el hacerlo, sólo se jus–
tifica, cuando, como en este caso, se desea dar á cono–
cer la belleza expresada en un idioma para nosotros
inaccesible. Ignoro casi por completo la lenguo _de los
quichuas; pero, confrontándola con las versiones que de
Ollantay
han hecho : Mossi al castellano_, Pacheco
Zegarra al francés y Markhan al inglés, he podido con–
seguir una traducción que considero exacta hasta
donde es posible en estos casos, pues cada lengua tiene
sus leyes propias de fonética :
-
¿A dónde están, oh tórtola, tus
ojos~
Dónde tu pe ho que el amor henchía ;
Dónde tu eor zón ; dónde esa boca
Que sonrió mi alegría?
Y vaga errante la paloma viuda,
Delirando de amor de roca en roca,
Y como un eco de venturas muertas,
Su triste arrullo invoca :
- Tórtola inía, ¿dónde estás?... Y como
:::l.die responde al llanto que la inquiere,
La desolada inclina su cabeza,
... Y
lentamente muere ...
De esas
pretérit~s
fuentes, el río de la sangre trajo
su caudal de visiones, y el diario espectáculo de la
selva plasmó
á
su imagen al pueblo soñador de las
campañas. Los árboles le impiden ver la inmensidad ;
los caminos son tortuosos ; árboles y bestias encierran