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RICARDO ROJAS
grupo se nos aparecía después, al doblar el primer re–
codo. :Marchaban
á
vanguardia dos peatones co1no de
espoliques, pues seguían detrás, -
ahilados todos, ca–
balleros
á
escote en un mismo burro, -
hombre y mujer
con hijo en brazos. El conjunto, entrevisto á la claridad
nocturna en la ruta agreste, evocaba sencillos cuadros
bíblico~.
Al advertirnos bien montados, saludaron res–
petuosan1ente. Y yo les dije :
-
Buenas noches, nüs an1igos : ¿no saben dónde es
el baile?
Sí, señor; de allá venimos ...
¿ Es reLirado de acá ?
¿Retirad ?... No, señor...
A ver : cállense , -
i-nterru1npió el del asno : -
¿Oyen el bo1nbo ?...
ucno; ahí es; cerquita, no :rpás ;...
siga11 junto á lo_s
~i ele_s .
-- ¿Habrá inucha gente?
-
¡
Pero mucha, señor
!
Nos separamos, renovando cada cual su jornada. Me
sorprendió el humor comunicativo en seres de ordi–
nario tan recatados. Observó entonces
rni
compañero,
que sin duda, habiendo estado en la reunión, volvían
medio de gorja. ConLinua1nos en silencio, hasta arribar
á
nuestro destino, donde la inn1óvil arboleda cercaba
con su inuro de sombra un descampado. Se alzaba en
éste el miserable rancho de quincha, bajo de cuyo alero
el rústico violín crujía, entre las manos de los músicos,
acompañado de la guitarra llorona y el bombo poténte