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RICARDO ROJAS
y la de esos vieJOS yaravies de que habla Garcilaso y
que el
Ollantay
ha conservado.
La poesía y la música se hallan unidas en las costum–
bres de la selva, cual lo estuvieron en la Grecia clá–
sica. Siendo estas las manifestaciones estéticas inás ge–
nuínas del país, los trovadores, generaln1ente, cultivan
los dos. La melodía aco1npaña y sostiene la copla, y am–
bas se integran en la danza por un ritmo común. He
aquí por qué, al contemplar las festivi4ades del bosque,
he creído asistir á la unidad originaria de todas las
artes, hacia a
CH
l tendió, en un supremo anhelo de
belleza, la poten
i
el.elsueño w·agneriano. El espec–
táculo suele
r grote co sin duda, por el desenfreno
·
d
~
t
·,
d.
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prop10
e
oua man1 es ac1on
ion1s1aca ; -
mas no
lo fueron menos, las similares fie s tas helénicas, admi–
radas hoy por nosotros á través de una subjetiva idea–
lidad.
Ninguna de esas fiestas se realiza sin la presencia del
trovador, especie de sacerdote de la alegría y de la
muerte. Es su escenario la selva toda, recorrida por él
en vida vagabunda. Hoy le llevan
á
velorios, mañana
á una trinchera de carnestolendas, después á pesebres,
más tarde
á
holgoriós de boda, en seguida á bailes de
la Telesita; -
reuniones que no son en su camino re–
posorios de frívola sensualidad. Él es el órgano expre–
sivo de todos los sentimientos populares. Él agasaja al