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EL PAIS DE LA SELVA

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que desde lejos oyéramos. Junto á la ruidosa orquesta,

la concurrencia fatigaba sus manos en cadenciosos pal–

moteos, después que el trovador allí presente, hubiese

intercalado entre dos mimos coreográficos la copla

oportuna cuya postrera modulación se perdía entre las

algaradas de la muchedumbre. Fuimos hasta un vinal

coposo para dejar nuestros caballos,

y

mientras ama-

'

rraba la rienda, sentí que varias voces cantaban en

coro :

J

Por

una rubia zarca,

Un día de

pena;

Y todo-

os

días

Carcajadas unís

a~o

ieron esa trova galante di-

rigi da tal vez

á

.--.~

~o

cha que acababa de danzar.

El aire, preñado de btrlticio , vibró hasta desmayarse en

la breña silente que nos circundaba. Sobre nuestras

cabezas, el _firmamento, fulgurante de astros, alum–

braba el paisaje costeño. Aparte de todos, algunas

viejas lQmaban mate, agrupadas en torno de fogatas

que servían de hachones á la vez. Lo más de la multi–

tud,

fo1~maba

corro en frent e del bohío, sentada aquí en

cuclillas y chuses, allí en tablas y aperos .

' E~to

formaba

marco al antepatio, -

la cancha á la temperie donde

se apretaban las parejas. Las cabalgaduras estaban á la

vera, atadas á cualquier ünprovisado palenque por

bri<l_as y ronzales. Y atrás de la choza, bajo la común