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ron.
EL PAIS DE LA SELVA
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Danzaichis, huainas
!
l\lás bien u sté, seño Bachi, -
le respondie-
Guay
!
Saben que está bueno .. Ya soy bichoco.
·Eso es, que bail e, que baile! -
repetían.
No! no ! no! -
replicaba rascándose perezosa–
men te la cabeza.
l
-
Sí, don Bautista, -
díj ole el Co1n isario , movién-
dole
á
ponerse de pie, -
acuérdese de sus tiempos;
sáquela
á
esta inuchacha pintona , -
agregó indi–
cando
á
la esposa del viejo, sept uagenaria con10
él.
-
Bah ! Por al1zajita : Na quinúlip sisan cuenta
mana pipas p itis
-
Velay ! y vo
A
ñora.
-
exclamó la 5e-
-
¿Sabe lo que le ha contes tado ? - me preguntó
el con1isario. La desprecia
á
s u m ujer :
«
Bah ! por bo–
nita, -
dice, -
ya es flo r de quimil que nadie corta
para ,oler,
>>
porque la flo r de
e~a
planta es sin aroma
y nadie la quiere.
A las insinuaciones influyentes del funcionario y las
exigencias
~e
todos, salieron ambos ancianos . Eran
dos arrugadas inomias . El gaucho había aprendido
castellano en
la edad adulta, y en sus instantes de
emoción, el alma se le escapaba en quichua lapi–
, dario. É l iba en pernetas. sobre sus ojotas, con barbijo
el sombrero. Ella, insigne fumadora, arrojó, tras la
última succión, el pucho de su cigarro de chala. Bai-
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