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ron.

EL PAIS DE LA SELVA

109

Danzaichis, huainas

!

l\lás bien u sté, seño Bachi, -

le respondie-

Guay

!

Saben que está bueno .. Ya soy bichoco.

·Eso es, que bail e, que baile! -

repetían.

No! no ! no! -

replicaba rascándose perezosa–

men te la cabeza.

l

-

Sí, don Bautista, -

díj ole el Co1n isario , movién-

dole

á

ponerse de pie, -

acuérdese de sus tiempos;

sáquela

á

esta inuchacha pintona , -

agregó indi–

cando

á

la esposa del viejo, sept uagenaria con10

él.

-

Bah ! Por al1zajita : Na quinúlip sisan cuenta

mana pipas p itis

-

Velay ! y vo

A

ñora.

-

exclamó la 5e-

-

¿Sabe lo que le ha contes tado ? - me preguntó

el con1isario. La desprecia

á

s u m ujer :

«

Bah ! por bo–

nita, -

dice, -

ya es flo r de quimil que nadie corta

para ,oler,

>>

porque la flo r de

e~a

planta es sin aroma

y nadie la quiere.

A las insinuaciones influyentes del funcionario y las

exigencias

~e

todos, salieron ambos ancianos . Eran

dos arrugadas inomias . El gaucho había aprendido

castellano en

la edad adulta, y en sus instantes de

emoción, el alma se le escapaba en quichua lapi–

, dario. É l iba en pernetas. sobre sus ojotas, con barbijo

el sombrero. Ella, insigne fumadora, arrojó, tras la

última succión, el pucho de su cigarro de chala. Bai-

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