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LXVI -
de Dios
1,
que es el principio do la sabiduría (Eccli.
1, 16);
on ofocto, quien teme perfectamente á Dios no
quiere magnificarse en- sí mismo con vana complacen–
cia, ni busca ensalzarse en los bienes exteriores, á
saber, por honores
y
riquezas ; así es cómo el temor
de Dios obra la pobreza de espíritu,
6
sea, la humildad,
que es el fUDdamento de
l:1
vida cristiana. La segunda :
"Bienaventnrados los mansos, porque ellos poseerán . la
tierra", correspondo al don de piedad
2;
pues par:.i. sor
manso muevo la venor:.i.ción debida á Dios, al Cri:idor
y
Pad.rede todo lo que existo; y esta venorneión filial
pertenece
á
l:i piedad
3.
La tercer:.i.: "Bienaventurados
lo tristes, porque ellos senín consolados", es obra del
clon do ciencia·
1 ;
pnes la ciencia enselia á
apreci:i.rlas cosas en su verdadero valor y dirigirla toda á
Dios; ella hace conocer al hombro el mal quo cometía
en bu car su felicidad en la criatura , le induce á
:irropentirse de sus errores,
y
le conduce así á la
penitencia,
6
sea,
<Í
la tristeza salvadora, y por esto
bienaventurada. Ln enarta: "Bionaventlirados lo que
.han hambre
y
od de ju ticia, porque olios serán hartos'
corresponde al dou de fortaleza
5 ;
pues este don hace
al cristiano enérgico para "ir creciendo en la gracia
y
en el conocimiento de nuestro So1ior
y
Salvador Je u–
cristo"
(ll
Petr.
3, 18);
y
produce en el bautizado no
olamento accione ordinaria de justicia, sino que
t
.
Tno~r.,
Sum.
Theol.
II• IIm,
e¡.
19,
a.
12.
~
Ibid.
II• IIre,
q.121, a. 2.
3
DJid. I•
II•,
q.69, a.3 ad 3..
4
!bid.
II·•
II..,
e¡.
9, a. 4.
" !bid.
II•
Il"', q. 139, a. 2.