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EL REVERSO

alarma; pero dos bandidos se dirigen á él, le apuntan

con sus fusiles, se ve obligado á dar algunos pasos

atrás, y recibe un tiro en el sobaco izquierdo en el

momento en que quiere observar el bosque. Este tiro–

le rompe un brazo, le hace caer y lo 'pone fuera de

combate.

Los gritos y los tiros se oyeron en Donnery. El

sargento y uno de los gendarmes que estaban allí de

punto, acudieron; el fuego de un pelotón les lleva al

lado opuesto á aquel en que ocurría la escena del

robo. El gendarme da gritos para intimidar á los ban–

didos, y simula con sus órdenes la llegada de soco–

rros ficticios, gritando: ((¡Adelante! ¡El primer pelotón

por allí1 1Ya los tenemos1 1El segundo pelotón por

allá!»

Los bandidos, por su parte, gritan: ((¡A las armast

¡Aquí, compañeros! ¡venga aquí ayuda cuanto antesh>

El ruido de las descargas no permite oir al sar–

gento las voces del gendarme herido, ni ayudar á la

maniobra semejante con que el otro gendarme tenía á

los bandidos en jaque; pero pudo distinguir cerca de

él un ruido que provenía del derribo y apertura de las

cajas. Avanza por aquel lado, y como cuatro bandi–

dos armados le saliesen al encuentro, les grita: «¡Ren- .

díos, malvados!»

Estos replican: ((¡No te acerques, ó eres muerto!>>

El sargento se precipita sobre ellos, salen dos tiros y

cae herido: una bala le atraviesa la pierna izquierda

y penetra en los flancos de su caballo. El valiente sol–

dado, bañado en su .sangre, se ve obligado á dt:jar

aquella lucha desigual , y grita, aunque en vano: «¡A

mí! ¡los bandidos están en Quesnayh>

Los · bandidos, dueños del terreno gracias á su nú–

mero, registran el coche, que estaba colocado á in–

tento en una de las cunetas de la carretera. Por farsa

y

para disimular su culpabilidad, los salteadores ha–

bían vendado los ojos al cochero. Se abren las cajas_,

los sacos de plata se sacan de ellas y se cargan so-