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EL CONDE DE
SUPERUND.A~
p~ligroso
prestigio entre los indios de la sierra,
y
áun se recelaba, que pudiera ser apoyado por los in–
gleses para un general alzamiento. Los temores se
acrecentaron al ;regreso de cierta especie de mision
confiada á los jesuitas,
á
quienes Juan Santos apa–
rentaba gran deferencia. El astuto impostor les hizo·
concebir una alta idea de su poderío,
suponiéndose~
á
la cabeza de un vastísimo, opulento
y
pobladísi- ,
mo imperio. Mas los hombres reflexivos
y
los mi-·
sioneros franciscanos, que conocian
á
fondo la des–
poblacion
y
escaseces de las selvas vírgenes, no caye–
ron en la ilusion, cundiendo sólo en el sencillo vul–
go las creencias de un nuevo y doradó gran Paititi.
Como desde luégo dominaron los sl;leños, que hala–
gaban la codicia
y
propagaban las
alarmas~
se em–
prendieron otras dos expediciones sin mejor éxito,
que las anteriores (1 ). Al fin se conoció, que ni los
chunchos eran peligrosos
fuer~
de sus casi inata–
cables espesuras, ni en la pavorosa soledad de los
árboles primitivos podían hacerse ricas presas, aun–
que la_Providencia reune allí inapreciables tesoros
al hábil
y
paciente trabajo de nuestro siglo. No pa-
(1) En la primera se mataron algunos indios de Quimiri, que no
habí an huido, no dejándose conocer los dema , ocultos en la espesu–
ra, sino por las nubes de flechas
y
por su e panto a gritería; en la
segunda, cuyo objeto era. sorprender al caudillo en el cerro de la Sal,
centro de su poderío, se m alogró el golpe por el recelo habitual de
Juan antos
y
por la detencion forzada de u na parte de la tropa, ,lo
que impidió el concertarl o ataque simultáneo por frente
y
reta–
guardia.