EL CONDE DE SUPERUNDA.
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biendo llegado la hora de la colonizacion agrícola
y
militar, única que puede asegurar la provechosa
conquista de la montaña, sólo pudo pensarse en
proteger la ceja con algunos destacamentos
y
for–
tificaciones,
y
muchos conservaron todavía. la es–
peranza de que volvieran
á
prosperar las recien des–
truidas conversiones.
Iba
á
terminar el largo reinado de Felipe V. Si
por la fuerza de los acontecimientos, superior á la
voluntad de los hombres, habían principiado
á
sa–
lir las colonias del letargo
y
entorpecimiento que
las condenaban
á
una infancia perpétua; no pudie–
ron realizarse grandes mejoras, tanto por falta de
un sistema ilustrado
y
estable, cuanto porque las
pretensiones dinásticas inutilizaron las generosas
aspiraciones de los pueblos. En cerca de medio si lo
no había recibido la misma Córte, entre derechos
reales
y
donativos graciosos , sino ménos de seis
millones de pesos, cantidad, que el Perú pudiera
obsequiarle en un año de buen gobierno. Ya los
políticos, que algo entendían de arreglos económi–
cos , hacían notar , que la pequeña Jamaica era 'de
más provecho
á
Inglaterra, que
á
la España su in–
mensas posesiones. El deseo de grandes reformas
iba penetrando entre los hombres de Estado. Los
escritores de legislacion hablaban de derechos, que
la conquista no podía prescribir
y
de
títu~os
inhe–
rentes
á
la naturaleza humana, que, contra todo
poder é instituciones, debian
prevalec~r
en las re-