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EL MARQUÉS DE

AVILÉS.

285

· cias beligerantes, su comercio marítimo podia

li–

sonjearse con crecidas o-anancias, sin temer graves

riesgos. Mas,

~n

ning a declaracion prévia , de–

&afiando la opfoion de las naciones cultas, se apo- \

~~n_!os

cruceros ingleses

<l e

los citados

buq~s.

como si fueran una legítima presa de guerra. Sólo

muchos años despues procuraron reparar tan escan- ·

dalosa infraccion del derecho de gentes,

y

todavía

.están agitándose en España algunas reclamaciones

de los perjudicados con la imprevista captura, ha–

biendo sido ya satisfechos el mayor número de ·

acreedores.

Con semejantes ataques no habia que pensar en

las apacibles expediciones del comercio, sino en

aprestos de guerra, la que

á

fines de 1804 no pudo

ménos de declararse entre España

é

Inglaterra. En

las aguas de la península tuvo lugar la céÍebre ba–

talla de Trafalgar, en que el genio de Nelson, se–

<mndado por la pericia .naval de us compatriotas.

destrozó las escuadras france a

y

española, dotadas

de esforzado::; marinos. pero no muy bien armados

y peor dirigido ··. En el puerto de Arica la fragata

Astrea

salió muy quebrantada del combate con dos

corsarios ingleses . El Virey tuvo que alistar, del

mejor modo posible, la pequeña escuadra del Pacífi–

co, compuesta de tres buques

y

algunas lanchas ca–

ñoneras ; procuró resguardar las costas

é

hizo en la

capital los más precisos arreglos de tropa

y

,armas.

Conforme al plan, que habia presentado , siendo