EL MARQUÉS DE
AVILÉS.
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· cias beligerantes, su comercio marítimo podia
li–
sonjearse con crecidas o-anancias, sin temer graves
riesgos. Mas,
~n
ning a declaracion prévia , de–
&afiando la opfoion de las naciones cultas, se apo- \
~~n_!os
cruceros ingleses
<l e
los citados
buq~s.
como si fueran una legítima presa de guerra. Sólo
muchos años despues procuraron reparar tan escan- ·
dalosa infraccion del derecho de gentes,
y
todavía
.están agitándose en España algunas reclamaciones
de los perjudicados con la imprevista captura, ha–
biendo sido ya satisfechos el mayor número de ·
acreedores.
Con semejantes ataques no habia que pensar en
las apacibles expediciones del comercio, sino en
aprestos de guerra, la que
á
fines de 1804 no pudo
ménos de declararse entre España
é
Inglaterra. En
las aguas de la península tuvo lugar la céÍebre ba–
talla de Trafalgar, en que el genio de Nelson, se–
<mndado por la pericia .naval de us compatriotas.
destrozó las escuadras france a
y
española, dotadas
de esforzado::; marinos. pero no muy bien armados
y peor dirigido ··. En el puerto de Arica la fragata
Astrea
salió muy quebrantada del combate con dos
corsarios ingleses . El Virey tuvo que alistar, del
mejor modo posible, la pequeña escuadra del Pacífi–
co, compuesta de tres buques
y
algunas lanchas ca–
ñoneras ; procuró resguardar las costas
é
hizo en la
capital los más precisos arreglos de tropa
y
,armas.
Conforme al plan, que habia presentado , siendo