D. TEODORO DE- CROIX.
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y
baja montaña; sus vistas, que pueden extenderse
á
ilimitados horizontes de verdura, en
•ancha~
el
alma, que allí sueña con . lacer :florecientes estado ,
y
su fertilidad no es infe' ·or
á
la ex
Q.
berancia vital
de lo más lujosos bosques intertropicales. La natu–
raleza le ha prodigado todos sus encantos c0n los
juegos de aguas, accidentes del terreno, maravillas·
de la vegetacfon
y
armonías
ó
formas primorosas
de las aves. Los vecinos de Tarma
y
cobamba,
que por la tradicion, cuando no por aventuradas
entradas, conocían tales ventaj · s, olicitaron del
Virey la nueva coloniz· cion sus expen ·as propias,
y
á
los pocos meses obtuvieron pingües cosechas,
un fuerte para la guarnicion, la iglesia de los mi–
sioneros
y
el pueblo de Coll· , con las inclispen a–
bles rancherías
y
campo en culti ·o. Sesenta
y
eis
años despues hemos teni o el placer de ver loz· nas
las cañas de · zúc r ,
q
por aquel tiempo e plan–
taron,
y
tr· nsita les los caminos, que algo más
tarde se ent bh.ron con la mader s de la selva
vír
·en.
Lo valio os productos de la montaña se ib n co–
nociendo más
y
más, no sólo por el cultivo de su
ceja
y
por las relaciones de. los misioneros, sino
1
por
haber terminado sus exploraciones los hábiles bo–
tánicos
~~on
y Rui,:. Sufrieron, tin verdad, en el
término e su excursion científica, el más doloroso
contraste. El
impruden~
roce de un campo en la
haciencla de Macera, hizo arder la casa en que te-