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D. TEODORO DE- CROIX.

233

y

baja montaña; sus vistas, que pueden extenderse

á

ilimitados horizontes de verdura, en

•ancha~

el

alma, que allí sueña con . lacer :florecientes estado ,

y

su fertilidad no es infe' ·or

á

la ex

Q.

berancia vital

de lo más lujosos bosques intertropicales. La natu–

raleza le ha prodigado todos sus encantos c0n los

juegos de aguas, accidentes del terreno, maravillas·

de la vegetacfon

y

armonías

ó

formas primorosas

de las aves. Los vecinos de Tarma

y

cobamba,

que por la tradicion, cuando no por aventuradas

entradas, conocían tales ventaj · s, olicitaron del

Virey la nueva coloniz· cion sus expen ·as propias,

y

á

los pocos meses obtuvieron pingües cosechas,

un fuerte para la guarnicion, la iglesia de los mi–

sioneros

y

el pueblo de Coll· , con las inclispen a–

bles rancherías

y

campo en culti ·o. Sesenta

y

eis

años despues hemos teni o el placer de ver loz· nas

las cañas de · zúc r ,

q

por aquel tiempo e plan–

taron,

y

tr· nsita les los caminos, que algo más

tarde se ent bh.ron con la mader s de la selva

vír

·en.

Lo valio os productos de la montaña se ib n co–

nociendo más

y

más, no sólo por el cultivo de su

ceja

y

por las relaciones de. los misioneros, sino

1

por

haber terminado sus exploraciones los hábiles bo–

tánicos

~~on

y Rui,:. Sufrieron, tin verdad, en el

término e su excursion científica, el más doloroso

contraste. El

impruden~

roce de un campo en la

haciencla de Macera, hizo arder la casa en que te-