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EL CONDE DE SUPERUNDA.

religioso gritó en la plaza, como en 1687 ervenera–

ble padre Galindo : «Lima, Lima, tus pecados son

tu ruina. » El provincial de San Francisco predi–

caba contra los que atribuian el terremoto á causas

naturales. Se renovaron las exageradas penitencias

públicas del siglo vn, saliendo, en fervorosas pro–

cesiones, penitentes con sacos y extraordinarias

mortificaciones,

y

sacerdotes de calzos, con espi–

nas en la sienes, sogas al cuello

y

piés encadena–

dos. Un prelado, que llevaba freno en la boca

y

puntas de hierro en Ios ojos, recibia en sus espal–

das golpes de hierro,

0

ritando su

ú?dito ~

que ha–

cia de pregonero

y

verdugo: «Ésta es la justicia,

que el Rey de los cielos manda ejecutar en este

vil

pecador. » A la provocativa de nudez

y

v· lio as ·a–

las sucedían los trajes más mode tos. La disipa–

cion y deleite. se cambiaron en austeridades supe–

riores

á

las de lo más rígid?s solitarios. Se queria

salvar por milagro, sin diligencias propias

6

por los

medios más extraños. La religiosas mercenaria ,

que dormían sobresalta a en su huerta, se levan–

taban al menor ruido

6

apren ion de terremoto, y se

ponían en cruz para que la tierra no e la tr ára.

Muchos enfermaron de pl'ivaciones

6

por 'ivir á la

inclem ncia. Vino el hambre,

y

lué o

1

catarros,

tabardillo

y

dolore" de co tado. 1uriendo más

gente, de enfermedad que entre las ruina de la ciu·

dad : el número de

ti.ma

en ella

y

el Callao pasó

de 16. 000. El melancólico e

pe~táculo

de tantas