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EL CONDE DE SUPERUNDA.

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multuosas oleadas se ,dejaron percibir por algun

tiempo los ayes de los moribundos; del número .de

los muertos fueron

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religiosos de San Francisco,

que esperaban al Comisario general, los domini–

cos, que

~staban

celebrando el octavario de des–

agravios, y mucha gente alegre, que en los verti–

ginosos bailes de vulgar aceptacion cantaba con

tanta desenvoltura, como algazara:

Que se quema el zango,

No se quem ará;

Se saldrá la mar

Y lo apagará.

El temblor se sintió hasta en el interior de la

montaña. Las ruinas. se extendían desde Pativilca

fea. En

~a

quebrada de Matucanas reventó un

. volean de agua. Caían algunos cerros, arrojando.

los peñascos

á

distancias considerables. Hendíase la

tierra

y

de algunos puntos brotaban copiosos ma–

nantiales. Las fuentes

y

los rios presentaban el co–

lor de la greda

6

del

ja~on

disuelto en el agua.

Los habitantes de Lima estaban como fuera de

sí,

oy~ndo

los ruidos subterráneos,

á

que siguieron,

por muchos dias, movimientos aterradores; la tier–

ra se bamboleaba sin estrépito, ni alteracion, como

un navío mecido por las olas. Se temió, que se hun–

diera el suelo; se anunciaba la salida del mar, que

hacia huir precipitadamente

á

los mo,ntes

y

áun se

esparció la voz de que caeria fuego del cielo. Un