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OE LA llEVOLUCIO DE INCLATEllRA.
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nes para resi tir un ataque, y la guarnicion prometió ser fiel al parla–
mento. Amedia noche llegó un cuerpo de caballería y pidió que se le fran–
c¡uea e la entrada. <t¿ Quién e el comandante? preguntaron los comisio–
nado .-Todos mandan, fue la re puesta.» in embargo se adelantó
un hombre, el desconocido que habian encontrado, y dijo : <t ie llamo
Joyce, soy corneta de los guias del general, y tengo que hablar al rey.
-¿De parte de quién ?-De la mia. (Los comisionados se echaron á
l'eir.) No hay que reir, señores; no he venido para que me digais lo que
tengo '}Ue hacer: quiero ver al instante al rey.» Greaves y el mayor–
general Brown mandaron á la guarnicion que se preparase para hacer
ruego ; pero los soldados habían Jiablado ya con los recien-venidos; se
abrían la puertas; los invasores se hallaban en el patio del castillo,
tlando la mano á sus camaradas
y
diciéndole que querían poner en se–
guridad al rey; que babia una conspiracion para conducirlo á Lóndres,
levantar nuevas tropas, y promover otra guerra civil : el comandante del
castillo, añadian, estaba di puesto á llevar á cabo la traicion. Aestas pa-
. labras esclamaron lo soldados que no se separarían del ejército; Grea–
es se fugó. Al cabo de algunas horas conocieron los comi ionados que
no babia e peraoza de poJer re i tir. En esto llegó el medio día : Joyce
~
tomó pose ion del castillo, colocó centinela ,
y
se retiró basta la noche
para dar algun desean o á sus tropas.
Volvió á las diez, pidiendo que le permitiesen ver al rey. ctEstá aco -
tado, le respondieron.-No importa, es ya demasiado e perar,
y
quiero
verle; i>
y
con una pistola en la mano se hizo conducir al aposento del
monarca. et iento mucho, dijo á lo gentil-hombres de servicio, tener
que turbar e.l sueño de .
1. ;
pero es preciso de todos modos que yo le
hable al instante.>> e le preguntó si tenia autorizacion de los comisiona–
dos
<(
I
o tal; he colocado centinelas á sus puertas,
y
los que me han
dado órdenes no los temen. n e le dijo que dejase sus armas, y e negó.
acilaban en abrirle, y se enfureció. Al ruido dispertó Cárlos, llamó,
mandó que se lo introdujesen. Joyce entró con sombrero en mano, y la
pi tola baja, con aire de resolucion, pero sin descaro. En presencia de
lo comisionado á quienes hizo llamar, tuvo Cárlos con él una larga con–
ferencia, y al fin le despidió diciéndole : c\Hasta mañana Joyce; gustoso
os seguiré mañana si uestros soldado confirman cuanto me habeis
a egurado. »
1día igufonle á la seis de la mañana e taba ya alineada la tropa
de Joyce en el patio del castillo. El rey se presentó en Jo alto de la
esca~