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..

Prólogo.

XXXIII

ya es plaga y dolencia general en estos infelices reinos

del Perú no haber traicion ni motin, ni se piensa co–

meter otra cualquiera maldad, que no se hallen en ella

por autores

6

consejeros clérigos

6

frailes; lo cual ha

procedido que debajo de su observancia quieren ser

tenidos

y

re;,erenciaqos como

á

dioses;

y

ha sido su

soltura grande, y á rienda suelta han corrido sin que

hallen quien les. impidan; porque ni los obispos, ni

priores, ni custodios los han castigado"

(a).

Sin embargo, dos cosas no pudo

6

no quiso reducirá

términos discretos y sensatos: su lealtad al Rey

y

su

aversion á los que, cautelosa

6

paladinamente, desobe–

decieron las órdenes

y

leyes soberanas. No me pro–

pongo entrar en un exámen detenido de esos senti–

mientos, que influyen á las veces en demasía sobre la

manera de referir sucesos muy capitales de la guerra

~e

Quito; aunque bastante exagerados, los tengo por

sinceros: son de una época en que la lealtad al Rey

significaba lo que hoy significa

el

honor,

y

el rebelarse

contra su voluntad augusta y sacra ser traidor á la

patria, cuyo símbolo entónces era la corona.-Y no

hay que olvidar que la guerra de Quito fué la primera

y más séria de las tentativas de independencia á que se

atrevieron los españoles americanos. Pero me duele

(a)

LA GUERRA DE

QuITo,

cap.

CXLIX.