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Prólogo.

XXXIX

césar,

nuestr9

Emperador;

y

como ya estuvieran .deter–

minados de proseguir la guerra, por entretener

á

los

cristianos, respondían respuestas generales: que se ha-

,

ria llamamiento en la

provi~cia,

y

que, juntos los se-

ñores de ella, se trataría; sobre otras respuestas equí–

vocas. Mas cQ_mo el adelantado los entendiese, mandó

continuar la guerra, la cual se les hizo asentando el

real en la tierra de1.-señor Sanguitama, adonde se jun–

taron muchos indios 'naturales de toda la provincia,

y

de noche se nos pusieron en un collado que estaba

encima del real, desde donde hacían grandísimo ruido,

encendiendo muchos hachos,

y

nos llamaban mugeres,

diciendo que fuésemos para que usasen con nosotros,

y

otras palabras de gran vituperio. Y como los espa–

ñoles tengan por costumbre de obrar con las manos y

callar con sus bocas,

á

la segunda vigilia de la noche,

nos concordamos cuarenta mancebos, y tomadas nues–

tras rodellas

y

espadas, con licencia del' adelantado,

fuimos

á

ganar lo alto dejando dicho que, en dando el

alba testimonio de la claridad del dia que habia de ve–

ni r, fuesen algunos de

á

caballo

á

hacernos espaldas.

Ordenado desta suerte, caminamos por un cerro arriba

que iba

á.

dar al otro donde los indios estaban hacien–

do ruido, y como los cobardes temiesen en tanta ma–

nera los golpes de las espadas que con los fuertes bra–

zos los españoles tiraban en sus desnudos cuerpos

y

á