XXXVIII
Prólogo.
un gran golpe, era
aturdi~o;
y aunque de la búrla nq
quedase muerto ni con el cuchillo le cortasen la cabe–
za, no hablaba ni pidia misericordia; por donde se ve–
rifica y colige la gran crueldad de aquellas naciones.
Luégo hacian pedazos todos aquellos humanos cuer–
pos, y hasta
l~s
inmundicias dellos las metian en gran–
des ollas,
y
sin aguardar á que estuviese bien cocido, era
por ellos comido; y la sanguaza se bebian, comiéndose
los corazones y asaduras crudas; las cabezas inviaban
á sus pr.ovincias, que era como señal
~e
triunfo. Esta
perniciosísima costumbre tienen aquellos diabólicos
hombres. ¡Dios nos libre del índico furor! Porque en
todas 'las naciones del mundo se usó alguna clemepcia
y
bondad, y entre ellos no hay sino maldades é vendi–
caturas, que no se puede innumerar
l~
mucha cantidad
y
falta ·de gente, por se haber comido unos á otros."
Conviene á saber que esta especie de fieras eran
aliados de Sebastian de Belalcazar, á cuyas órdenes
Cieza combatia, en la guerra de los de Picara, nacion
· valerosa é indomable, que '' tenia á gran dicha ser víc–
. tima de las atrocidades de los
pozos,
pues era por la li–
bertad
d~
su pátria; " á pesar de lo cual dice tam–
bien de ella:
"El adelantado habíales inviada muchas embaja–
das amonestándoles que quisiesen tener confederacion
. con los españoles
y
reconocer por señor al invitísimo