XXX
Prólogo.
dad
á
toda prueba, una intencion sanísima, l:ln juicio
perspicaz y reposado,
y
una cabeza
y
volun.tad de
·hierro.
Pero con todas esas cosas contaba
el
avisado
y
ani~
moso mancebo, para salir, como salió, gallardamente de
la ·parte más árdua de su historia. Además era diligen–
tísimo: cuando le interesaba conocer de un suceso que
no habia presenciado, aclarar los dudosos,
6
ilustrar los
sabidos con más ámplios informes, acudía, á ser posi–
ble, á testigos presenciales, y en su defecto, á personas.
de reputacion y acreditada imparcialidad;
y
en todos
casos consultada la pública opinion, y se procuraba de
compañeros, jefes,
autoridad.es, cabildos
y
notarios
toda clC;tse de docµmentos y papeles particulares y de
oficio, los cuales confería y depuraba detenidamente,
ántes de recusarlos
6
hacerlos testimonio de su escri–
to.-.
Bien es cierto, que pocos historiadores se encon–
trar~n
en condiciones tan ventajosas como las suyas, no
~
sólo para verificar personalmente esas diligencias pre-
·~
liminares, y establecer sobre base tan firme su obra, sino
:.~
tambien para acopiar los
primero~
materiales de ella;
s
- porque intervino en muchos
épi~odios
de la con:quista,r
•
de las guerras del Perú y Nuevo Reino,
ya
como des–
cubridor '
ó
poblador, ya como simple soldado de for–
tuna; conoció á la mayor parte de los famosos ·capita–
nes, letrados
y
eclesiásticos, que figuraron en aquellas;