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1

XXXII

Prólogo.

mente el reposo necesario al cuerpo y al espíritu

(a),

pero hasta sus afectos más caros

y

entrañables. En él,

generalmente, el historiador dominaba al hombre. re–

senció las infamias

y

traiciones que trajeron la muerte

de su gran amigo

el

noble

y

confiado mariscal Jorge

Robledo,

y

no obstante,

tuvo

palabras de censura para

las imprudencias del fundador de Antioquía,

y

de dis–

culpa

y

compasion para el adelantado Belalcázar, su

asesino. "Andaba el pobre viejo tan temido, que ..casi es–

taba fuera de sí;

é

no iba ninguno de los de Robledo

en aquel tiempo hácia donde él estaba, que osase llevar

espada ni otras armas,

y

aunque fuese sin ningunas é

iba á hablar con él, luégo se empuñaba de una daga.

Yo me acuerdo en esta ciudad de Cali allegarle á ha–

blar é poner la mano en el puño de la daga"

(b).

Ca–

tólico á carta cabal, segun su siglo,

y

por consiguiente

supersticioso, veneraba con profundo y filial acatamien–

to á los ministros de la Iglesia,

y

miraba las .ofensas

hechas, con motivo

6

sin él, á sus personas, como otros

tantos sacrilegios; mas no por eso desoyó la

voz

de su

deber, que le gritaba,-sin hacer caso de la pena que, de

seguro, afligiría á su piadoso corazon: "Y á la verdad

(a)

11

Pues muchas veces, cuando los otros soldados descansaban,.cansa–

ba

yo

escribiendo.

11

(Primera parte de la Crgnica del Perú,

Dedicatoria.)

. . ; '

(b)

LA GUERRA DE Qu1TO,

cap.

ccxxxv.