Prólogo.
XXV
sí, los Pizarras, Cepedas, Carvajales, Centenos, Leo–
nes, Candías
y
Alvarados de Garcilaso, no son artificio–
sos maniquíes sin más alma y carácter que su oficio
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cargo público; que sólo mueven el brazo en ,las bata–
llas, las piernas para entrar ó salir de cabildo, y los lá-
bios para
pronu~ciar clási~as areng~s;
son hombres
de carne
y
hueso, acuchillados, mancos
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tuertos;
moceros, tahures
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devotos; pendencieros
6
mansos;
cultos ó broncos; valientes
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fanfarrones; galanes ó
astrosos; despilfarrados
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tacaños; honrados
6
bella-
l
J
cos: viven la vida de su casa
6
la de sus comble.::-------r
zas; no ocultan sus amistades ni sus ódios; descu–
bren los móviles de su lealtad ó de su perfidia; hoy
• son cobardes, esforzados mañana; y ni
el
malo lo es
si mpre, ni
el
bueno deja de pecar cuando le tientan
con ahinco y de veras la ambician,
el
amor, la codicia
ó la venganza.
os historiadores generales de Indias están en
igual caso que los cronistas antedichos. El fecundo
onzalo Fernández de Oviedo no hizo más que abrir
un registro universal de las relaciones, cartas, memo–
rial s, conversaciones públicas
y
privadas, de rumo–
res
y
cual squi ra noticias que llegaban
á
la suya del
contin nt a.mericano, por la oficiosidad de sus amigos
conocidos,
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de oficio
y
por razon del cargo que la
ár a Magestad de Cárlos V le había conferido.