Prólogo.
XV
demérito con -que Cieza juzgó .que debia estimarlos;
suprimió lo que pudo de cuanto redundaba en des–
prestigio de la real autoridad, y, en fin, hizo una his–
toria cortesana y discreta con las francas y palpitantes
narraciones del laborioso aventurero, nacidas al calor
del alterado suelo peruano, en medio- de las borrascas
y peleas, al choque de bravías, encontradas é inconti–
nentes ambiciones y bajo la zozobra y la amenaza de
contínuos
y
mortales peligros.
No dudo yo que en casos le as1st1eran poderosas
razones para obrar de ese modo: Cieza no era infalible;
él, como Cronista de Castilla y mayor de las Indias, dis–
puso de infinidad de documentos, entre los cuales nada
tiene de extraño que existiesen algunos
1
contrarios
á
los
asertos de Cieza y en desacuerdo con sus juidos, tal
vez apasionados
co~o
de mozo y parte interesadá en
muchas de las cosas que escribia. Pero bueno es adver–
tir que el insigne
hi~toriógrafo
y
cria~o
de Felipe II
profesaba, ó no podia por ménos de profesar, una máxi–
ma de incalculable trascendencia en los negocios de su
cargo, la cual no se apartó jamás de su memoria
y
tuvo
muy al ojo precisamente al componer aquellas de sus
Décadas, cuyo meollo y fuste perteneczen
á
nuestro
..
buen soldado.
Contéstando
á
una carta que
el
arzobispo
d~
Grana–
da don Pedro de Castro
y
Quiñones le dirigía con motivo