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LA INQUISICION DE LIMA

salir a nadie de la casa.

Al

otro dia, el Inquisidor, acom–

pañado del secretario Altuve, salia en el coche de Amus–

quíbar (no habiéndosele permitido enganchar el suyo) i

atravesando la ciudad, llegaba a la hacienda elejida para

su destierro,

dond~

ya le aguardaban dos-relijiosos domí–

nicos encargados de custodiarle, para ponerse nuevamente

en marcha el

3

de mayo con direccion a Guaura, villa a

que se babia removido su carcelería.

Dejáronse los soldados

-a

las puertas del Tribunal du–

rante un mes, continuando el embargo ele cuanto se halló,

de propiedad de Calderon, inclusa la chácara, para cuyas

dilijencias se habilitó al mismo Jerónimo de la Torre, que

tambien había sido ántes suspendido; se despacharon chas–

ques en busca de

otro~

bienes a partes distan tes, i se llamó

a declarar a los que se denunció como que tenían en supo–

der valores o especies del inquisidor suspenso. "Viendo que

en todo lo embargado, dice éste, no había para adquirir di–

cho señor visitador, los crecidos caudales que por via de

multa le habían representado mis émulos, pues lo principal

que se hallaba entre mis bienes resultaba se;r estraño, por

varias confianzas que de mí habían hecho sus dueños, que

lo repetirían, dispuso la astucia manifestar finjida compa–

sion, proponiéndome hacer embargo de los alzan1ientos

hechos, con condicion de que diese fianza de cincuenta mil

pesos por las resultas de juzgado

y

sentenciado, ofrecien–

do, en consecuencia, que con dicha cantidad

y

veinte ' mil

pesos del inquisidor Unda, se cancelaría la visita, se com–

pondría todo a voluntad de las partes

y

seriamos resti–

tuidos a nuestras plazas."

Miéntras Calderon i su colega permanecían alejados de

Lima, Arenaza empezó a comerciar desde luego en el des–

pacho de negros i jéneros que habia traído, tráfico que

como se hiciese notorio en la ciudad, se valió de los jesui–

tas, que le franquearon una pieza en el convento, para

-que el secretario Gabiria vendiese los negros i mercade–

rías.

Los ministros que habían recibido títulos del Santo

Oficio fueron obligados a presentarlos, recojiéndose los de

algunos que los habían obtenido sin la pureza necesaria

i

especialmente los de muchos allegados o parientes de