EN EL RÍO DE LA P'1ATA
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durante un tiempo más ó menos limitado y algunas
penas espirituales. Esta contradicción chocante es
realmente sorprendente.
Es verdad que el estudio de las costumbres nos
manifiesta que el pueblo, los eclesjásticos, y JnáS aún
los Inquisidores, vivían á este respecto tan apartados
de las buenas, que apenas si hoy podemos explicar–
nos semejante extra.gamiento. Lo que se sabe ·de
Ulloa, Rúiz de Prado, Unda, etc., nos manifiesta
que si la investigación hubiera podido adelantarse
por circunstancias especiales, como ha acontecido
con aquéllos, merced á la visita del Tribunal, serian
muy pocos los inquisidores, ministros y familiares
del Santo Oficio que hoy pudieran presentarse libres
de esta mancha; pero lo que se conoce es ya sufi–
ciente para tener una idea aproximada de lo que fué
el Tribunal bajo este aspecto.
Los procesos seguidos en el Santo Oficio nos dan
sobre las costumbres dominantes en los claustros las
más tristes noticias.
Hay algunos reos de entre los frailes á quienes se les
ha permitido contar por menor el discurso de sus vi–
das, que resultan á veces llenas de torpezas tan asque–
rosas que la pluma se resiste á entrar en este terreno.
~Qué
decir de lo que pasaba en el
confesonario~
El número de sacerdotes procesados lo manifiesta
claramente. Los Inquisidores, alarmados con lo que
estaba sucediendo, especialmente en Tucumán, ocu–
rrieron al Consejo en demanda de que se les per–
mitiese agravar las penas impuestas en tales casos, y
no contentos con esto, promulgaron
~dictas
espe–
ciales, como los que habían fulminado contra los
hechiceros, para ver modo de poner atajo á las soli–
citaciones en confesión.