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LA INQUISICIÓN
de Dios, nada más grande se conocía sobre la tierra.
Precisamente el mismo año en que se creaban para
América los Tribunales del Santo Oficio, Pío V dic–
taba una bula
ó
motu-propio en el que «rogaba y
amonestaba á todos los principes de todo el orbe, á
los cuales es permitida la potestad del gladio seglar
para venganza de los malos, y les pedimos, en vir–
tud de la santa fe católica que prometieron guardar,
que defiendan
y
pongan todo su poderío en dar ayu–
da
y
socorro á los dichos ministros en la punición y
castigo de los dichos delitos después de la sentencia
de la Iglesia; de manera que los tales ministros con
el presidio y amparo de ellos, ejecuten el cargo de
tan grande oficio para gloria del eterno Dios
y
au–
mento de la religión cristiana, porque así recibirán
el incomparable inmenso premio que tiene apareja–
do en la compañia de la eterna beatitud para los que
defiendan nuestra santa fe católicá.))
1
En esta virtud, cada vez que la ocasión se ofrecía
en que la Inquisición debiera ejercer en público
algunas de sus ceremonias relacionadas con el de–
sempeño de sus funciones, tenia cuidado de exigir
al virrey, á la Real Audiencia y al.pueblo el respec–
tivo juramento.
En vista de las atribuciones de que estaba inves–
tido, sabemos ya hasta dónde llevaba el Tribunal su
escrupulosidad en materia de del·itos
y
denuncios;
pero como si esto no fuera todavía bastante, hubo
una época en que nadie podía salir de los puertos
del Perú sin licencia especial del Santo Oficio; sus
ministros debían hallarse presentes á la llegada de
1.
Constttución de nuestro muy santo pad1·e Papa 'Pio Quin–
to,
inserta en la
Relación de un auto deJe
de Peralta Barnuevo.