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EN EL RÍO DE LA PLATA

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jueces reales que les procuran hacer y hacen moles–

tia en cuantos casos se les ofrecen.))'

El alborozo conque en Lima se recibió la noticia

de la abolición del Tribunal

y

las pruebas inequívo–

cas del odio del pueblo que sucedieron á ese acon- .

tecimiento, están demostrando claramente que con

el tiempo no desmereció el Tribunal de la opinión

que desde un principio se captó.

Pero, como se comprenderá fácilmente. si para

algunos se había hecho especialmente aborrecible,

como ellos lo expresaban, para nadie con más justo

título que para los infelices que por un motivo ó

p.or

otro eran encerrados en las cárceles secretas. Los

largos viajes que debían emprender, de ordinario

engrillados, á causa de una si mpie delación

1

muchas

veces de sólo un testigo, acaso enemigo, que moti–

varon tantas quejas de los Virreyes; la mala alimen–

tación que se les suministraba en las cárceles; las

torturas á que se les sometía obligándoles casi siem–

pre por este medio á denunciarse por un crimen

imaginario; el no

~onocer

nunca á sus delatores; el

atropello de sus personas por la más refinada inso–

lencia; la eterna duración de sus procesos,

2

consti–

tuía tal odisea ele sufrimientos3 para estos infelices

1.

Carta de los Inquisidores de 3 de Abril de 1S81.

2.

Es sabido lo que aconteció con doña Maria t>izarro, con Moyen,

etc.; pero aquí debemos recordar todavía otro hecho semejante.

En 3 de Septiembr(') de 1720 fué denunciado en Cajamarca, San–

tos Reyes Montero,

q.ue

daba

fortu.na

con amores y curaba con ma–

leficios, y que se excepcionó diciendo que había sido acusado por

un enemigo capital suyo. Habiendo ·sido objetado el proceso desde

España, vino

a

fallarse en Noviembre de 1749. '

3. Cuenta el viajero francés Julián Mellet que aún en los últimos

días de la existencia del Tribunal, conoció él, en Lima,

á

un infeliz

titiritero que ganaba su vida con algunos perros y gatos vestidos de

arlequines, que exhibía por las calles de la dudad, y que, conside-